Ayer quedé con un colega que hacía tiempo que no veía y terminamos hablando de curro.

Como no.

No me importa hacerlo, de hecho esto es algo que siempre me ha gustado (hablar de trabajo); e incluso, una vez, traté de montar una especie de club de afterwork en Las Palmas para reunirme con otros profesionales (en aquel momento era empleado) para comentar cosas de trabajo después de salir de nuestros respectivos empleos.

Cuanto más viejo me hago, más entiendo la frase estrella de mi tío:

“Nunca he trabajado, siempre he jugado”


(Fue empresario toda su vida, ahora tiene 77, o por ahí andará, y sigue más activo que la mitad de la gente de esta lista)

Buena filosofía para llevar contigo.

Seguro que te hace bien.

La cuestión es que, sin quererlo, terminé pegándole un discurso a mi colega, ayer cuando salimos, sobre lo que opino sobre el trabajo como asalariado.

Algo así:

"La verdad es que la mayoría de empleados que conozco ven este tema con la mentalidad equivocada. No digo que tengas que ser un esclavo y permitir que te paguen con cuencos de arroz, pero, si trabajas en una empresa medianamente decente, tu jefe no es un cavernícola, y tú tienes ganas de avanzar en lo tuyo, lo mejor que puedes hacer es echar todas las horas que puedas currando. 

La gente mediocre te dirá que si “crees que vas a heredar la empresa”, te pondrán a parir en cuanto no estés delante, y puede que incluso conspiren entre ellos para entorpecerte. Los perdedores son así, no soportan ver a alguien ganar. Pero si lo que quieres es crecer pronto, aprender tu “oficio”, estar cada vez más seguro en tu puesto y de tus habilidades, ser relevante en tu equipo, llegar a dirigir algo, ganar más dinero…

…No deberías estar pensando en cómo trabajar menos, sino en cómo trabajar más. Aunque sea para otro. Aunque esas horas extras te las estés echando tú solo encima, nadie te las pague; o incluso nadie sepa que las estas haciendo, porque estás currando en fin de semana.

Una verdad que no le gusta escuchar a la gente que se queda atrás:

Los premios que merecen ser ganados, se los llevan quienes tienen fija la mirada en ellos, no quienes no dejan de mirar el reloj para irse a casa en cuanto el minutero llegue a las en punto"


Para los sindicalistas que lean esto:

No hablo de que te dejes explotar, sino de que tú decidas, voluntariamente, exprimir tu día para avanzar en un año lo que otros avanzan en dos.

O en tres.

Esto lo hace poca gente.

Por eso la tropilla es tanta y los que la dirigen, tan pocos.

Esta es una de las cosas que he ganado, y que más disfruto, de tener un negocio:

No tengo que fichar.

Trabajo cuanto me da la gana, sin tener que darle explicaciones a nadie, y sin tener que escuchar los consejos del aspirante a funcionario de turno sobre cómo llevar una vida equilibrada que, curiosamente en todos los casos, sea quien sea el activista con quien te cruces, en todas esas recomendaciones, la “clave” es trabajar lo menos posible.

Pobre gente.

No puedo ayudarles.

Están bloqueados en el primer paso, en el primer nivel.

El segundo es este:

Después de resolver ese “odio al trabajo”, característico de socialistas, podemitas, chupa-pagas, activistas laborales (en todas sus formas, todos tratan de dirigir su función de la practicidad a la ideología), funcionarios y demás parásitos; el siguiente paso es, cuando ya hayas aprendido a asumir una gran cantidad de trabajo, es a dirigir mejor tu esfuerzo.

Aprender a trabajar mejor.

No hay que trabajar “smart” para currar menos.

(Red flag de izquierdosos sin futuro)

Hay que trabajar “smart” para que tu esfuerzo crudo, animal, se transforme en uno “ilustrado” y te lleve aún más lejos que en su versión bruta, sin cocinar.

Algo que evidentemente funciona para dirigir toda esa energía que algunos de aquí ya tienen, es encontrar un sistema de produtividad que funcione, que hayan probado otros antes que tú, y que te ayude a mantenerte constante.

Internet está lleno de info de métodos así.

Yo tengo el mío propio:

“SOP”

Sistema Operativo Personal, para los amigos.

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