Hace unos años, alguien pensó que yo era un homeless y me dio una bolsa con comida.

Ese es el spoiler.

Esta es la historia:

Fue en Las Palmas, de donde soy y donde vivo, hace unos... 8-10 años, o por ahí.

Estaba en casa, solo, en un piso pequeño en un barrio de la ciudad, y salí a la calle porque iba a recoger a alguien al aeropuerto.

Llevaba mi coche, así que bajé con las llaves en la mano.

En esa misma mano, llevaba una bolsa de basura que iba a tirar al contenedor.

Ya sabes lo que pasó…

Abrí la tapa con la izquierda, lancé dentro todo lo que tenía en la derecha…

Y dos segundos más tarde estaba llevándome las manos a la cabeza, porque las llaves del coche habían caído en el fondo del contenedor de basura, y no sé veían.

Llevaba tarde, además.

Tuve suerte porque dentro del contenedor había un palo de escoba medio partido, y me servía para revolver todo aquello.

Pero no me quedaba más remedio que meter medio cuerpo en el contenedor si quería sacar mis llaves de allí, porque, o el palo no llegaba hasta abajo del todo.

La cuestión es que me metí de cabeza, dejando las piernas por fuera, y haciendo una especie de palanca con la cadera para no caerme dentro del contenedor de basura.

Peleé un rato largo.

Largo, largo.

Cogí la llave.

Salté hacia atrás.

Y a mí lado, a la izquierda, vi que había una niña de unos 12 años que me dice tal cual me giré hacia ella:

“Tome, señor”

Miré la bolsa, y como era blanca transparentilla de esas de super, vi que dentro había algunas latas (lentejas), y además por fuera, por arriba, asomaba la punta de un pan largo.

No dije nada.

Pero ya sabía de qué iba la historia.

La niña estaba bastante cortada, porque, imaginate, estaba hablando con un señor con barba que llevaba minutos rebuscando en la basura, y ese señor (potencialmente peligroso) no decía nada.

Entonces miró a una ventana, como preguntándole con la mirada a alguien qué hacer.

Y en aquella ventana había una señora mayor, de unos 70 años, sonriendo, muy cuite, y haciéndome gestos con la mano para que cogiera la comida.

Le grité:

“Gracias, señora, pero no hace falta”

Más gestos con la mano.

Dejé de mirarla porque sentía una verguenza increíble y, sin saberlo, se la pasé a aquella niña que había ido a socorrerme cuando le dije:

“Se me habían caído las llaves del coche”


Y se las enseñé.



Creo que nunca olvidaré la cara de aquella enana con brackets cuando le dije aquello.

Fue el "tierra trágame" más evidente que he visto en mi vida, memes y gifs de internet incluidos.

Le di las gracias y salí por patas de allí.

Por ahorrarnos a los dos aquella sensación.

Y nada, me metí en el coche con el polo blanco medio sobao por mi aventura callejera, y me largué zumbando al aeropuerto.

Llegué a tiempo al final.

Pero, claro, no pude quitarme aquello de la cabeza ni durante el trayecto, ni después.

Y mira, una década más tarde, por ahí anda la historia dando vueltas por mi cabeza.

¿Qué se puede aprender de todo esto?

Pues muchas cosas.

La que me viene ahora a la mente es esta:

“Te ven como lo que haces, no como lo que crees que eres”


Para mí, era "David el importante", con un buen trabajo, dinero en la cartera, y un plan para aquella tarde.

Para mis vecinas caritativas, era un sintecho que no tenía qué comer.

Misma persona. 

Dos historias.

Así que ya ves.

Una razón más para no hacer aquellas cosas por las que no quieras que te recuerden.


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