Pocas de las personas que van diciendo que quieren ser líderes (o que afirman que ya lo son), se toman en serio el estudiar las vidas de los que ya lo han sido.

Gran error por su parte que voy a ayudar, con mi humilde aportación, a corregir hoy.


(Por favor, 

Si eres una de esas personas que van por ahí diciendo que eres alguien “hecho a sí mismo”, en algún momento de tu vida has escrito un “self-made man/woman” en tu bio de cualquier red social, o tu nivel de indigencia mental es lo suficientemente grande como para afirmar que “no admiro a nadie, creo que solo me admiro a mí mismo”, 

Te ruego encarecidamente que dejes de leer en este punto, porque no vas a aprender absolutamente nada hoy.

Gracias, apreciado.)


Volviendo a lo de los líderes.

Ahí un poco de culturilla eclesiástica para empezar la mañana.


Ahora mismo, el Papa que preside la Iglesia Católica, la llamada “ramera de Babilonia” por algunos y “La Santa” por otros, es un tal Jorge Mario Bergoglio; también conocido como el Papa Francisco.

(Es argentino.

Que cada cual haga lo que quiera con este detalle de alta relevancia que acabo de recordar)


Antes que él, mandó un señor llamado Joseph, del que mucha gente decía que “tenía cara de Natzi” y que duró poquito en el trono (sí, trono). Las malas lenguas dicen que lo echaron, otros que dimitió, y, viendo las tonterías que se escriben por ahí, no me extrañaría nada que exista alguna teoría vinculando a este hombre con los Anunnaki, los encuentros en la cuarta fase, la Tierra Plana o el veganismo.

La cosa es que se hacía llamar Benedicto XVI, que renunció a su puesto y que antes de él, hubo otro.


Ese “otro”, y digo otro entre comillas porque para la mayoría de la gente es el “uno”, tenía un nombre impronunciable, pero fue conocido por Juan Pablo II. Era risueño, parecia feliz, y creo que le caía bien a todo el mundo, salvo a una persona que un buen día del año 1981 decidió coserlo a tiros en mitad de la Plaza de San Pedro. 

Nuestro prota (el de la pistola no, el otro) sobrevive y, con la más que justificada excusa de que hay gente por ahí que quiere mandarlo al otro barrio, se inventa el “papamóvil”; el coche-caja que convierte al vicario de Cristo en un “Buzz Lightyear” sin estrenar motorizado.


Dos años más tarde, vuelven a intentar matarlo, esta vez con un cuchillo, pero también fallan.

(El cuchillo se lo clavan, ojo)

Y sobrevive, así que en este punto voy a dar por hecho de que Alguien lo protegía…


Antes que él, que Juan Pablo II, vino Juan Pablo I.

Y antes de él, Pablo VI.


Y por último, y digo “por último” refiriéndome al último de mi lista, porque el último-último, o mejor dicho “el primero”, dicen los curas que es el mismísimo San Pedro: el de la puerta del Cielo y el que dio nombre a la Plaza en la que casi se cargan a nuestro amigo.

Por último (por hoy), tenemos a Juan XXIII.


Lo llamaban “el Papa bueno” y se le recuerda por, según me cuentan mis fidedignas fuentes del Vaticano, por tener un gran sentido del humor.

Pero lo que muchos no saben es que, entre misa y misa, a quienes quisieran escucharle les decía cosas como esta:


"Consulta no a tus miedos, 

Sino a tus esperanza y tus sueños.


No pienses en tus frustraciones, 

Sino en tu potencial sin explorar.


Que no te inquiete lo que has intentado y no has conseguido,

Sino lo que todavía puedes hacer"


Sé que muchos que leen lo de arriba juzgarán por el atuendo y despreciarán el mensaje.


Prefirirían que esto lo hubiera dicho alguien de su preferencia, alguien “influyente de verdad” (¿un influencer?), un “auténtico líder”…

…y no un viejo en sotana.


Pero aquí traigo una reflexión para quien quiera llevársela a casa:

“La verdad es verdad, la diga quien la diga”


Y la verdad, camarada, es que no importa lo mucho que hayas fallado.

Porque aún puedes triunfar.

 PD: Puede que hayas llegado hasta aquí porque alguien te ha recomendado mi newsletter. Te puedes apuntar gratis en el formulario de abajo.