Hace unos meses, un cliente me lanzó el cumplido más bonito que me podría dedicar alguien:

Buen masaje para el ego y para la caja del negocio.

No siempre consigo este efecto con mis ofertas.

Esto es un poco como todo:

Cuestión de práctica, de probar ideas y combinaciones una y otra vez, hasta que encuentres alguna que funciona como quieres.

Luego, utilizar esa nueva fórmula para tu oferta hasta que deje de producir los resultados del principio.

Y vuelta a empezar:

- Buscar otra combinación a base de ensayo-error.

- Encontrar una que valga la pena.

- Ponerla a rodar.

- Cambiarla cuando ya no sirva…


Muchos dueños de negocios creen que con pensar una vez qué precio van a poner ya está todo hecho.

Obviamente, no es así.

Tus servicios tienen que transformarse constantemente, evolucionar como tú mismo evolucionas.

Lo dice tu cliente, no yo.

Lo dice cuando te compra o no lo hace, cuando entiende lo que vendes o no lo entiende, cuando quiere obsesivamente lo que tú tienes, o cuando no lo quiere ni regalado.

Poner un precio a tu servicio, así, pelao, y decir:

Hala, ahora solo tengo que venderlo”


Solo lleva a que no vendas y que no te compren.

Y a la frustración.

Todo el mundo tiene una oferta y un precio para poder llevártela a casa.

¿En qué te diferencias del resto?

Imagina una habitación llena de globos amarillos, a cientos, y un único globo rojo.

¿En cuál te fijas primero?

Pues eso.

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